BUENOS AIRES.- La liquidación de divisas del complejo oleaginoso alcanzó en el primer cuatrimestre el récord para ese período, con U$S 7.805 millones. Otra vez el “yuyo”, entonces, tiene que salir en auxilio de un precario equilibrio de la paridad cambiaria. Desde el 3 de abril que las reservas del Banco Central registran subas intradiarias en forma ininterrumpida, algo inédito en la Argentina del cepo. Tan inédito como contar ya con más de tres meses consecutivos con un dólar oficial en $ 8. La paridad cambiaria puede lograrse con diferentes instrumentos y la Argentina de las últimas décadas fue un laboratorio más que interesante para demostrarlo. Las crisis de 1989 y 2002 son dos ejemplos de ello. En el segundo caso, a diferencia del primero, se consiguió que la devaluación de la moneda local no se disparara a niveles impensados. Eso se logró al precio de la confiscación de los depósitos bancarios, la rebaja de los salarios reales y hasta nominales, la pesificación asimétrica y el congelamiento de las tarifas de servicios, que dieron por resultado la caída porcentual del PBI más abultada de la historia. En junio de 2002 se tocó el máximo de $ 4 por dólar y desde entonces la cotización fue en descenso, al punto que hubo que esperar siete años para que volviera a ese nivel. Se evitó repetir la hiperinflación de 13 años atrás. La enseñanza que pocos economistas se animarán a admitir en público es que las crisis pueden controlarse y hasta evitarse, pero a costa de ajustes terribles. No será políticamente correcto ni electoralmente redituable, pero es la verdad.
En una país con una historia atravesada de paradojas, la actualidad no puede ser una excepción: la paridad cambiaria más prolongada de los últimos años se consiguió en medio de la mayor inflación y el más alto déficit fiscal en 12 años. Es lícito preguntarse cuál es el precio que se está pagando para mantenerse en la tabla de los ocho pesos por dólar. Y cuál es el que el Gobierno, sin llegar a los extremos de 2002, está dispuesto a pagar hasta diciembre de 2015.
En la respuesta, también el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, encontrará la razón de las “elevadas o usurarias” tasas que se cobran en el sistema financiero. El cambio de mando en el Central implicó no solo una suba de tasas, sino la decisión de absorber la mayor cantidad de pesos posible de la plaza. No se trata de cargar las tintas sobre Juan Carlos Fábrega ni endilgarle una fanatismo monetarista que en rigor no posee. Cualquier análisis contrafáctico indicaría que si se hubiera seguido con el recetario de Mercedes Marcó del Pont habría más inflación y devaluación.
La “solución Fábrega” no es muy diferente a la aplicada en otros tiempos de inflación y déficit. Se trata de aplacar la suba del dólar con un aumento de tasas, una salida que puede ser útil en el corto plazo y en la medida que los otros dos problemas sean corregidos. De lo contrario, las suspensiones de la industria automotriz son solo un anticipo de lo que podrá ocurrir en otros sectores de la economía. Por otra parte, queda por comprobarse si los ingreso por las exportaciones de soja serán suficientes para neutralizar el agujero fiscal que representan las importaciones energéticas. En otras palabras, resta saber si la suba de reservas internacionales del BCRA, iniciada en abril, llegó para quedarse o se trata de un alivio pasajero.
Quizás la ayuda provenga de los efectos de algo que el kirchnerismo se niega a reconocer y en buena medida es consecuencia de la nueva política monetaria. La recesión que ya acusa la industria repercutirá en una menor necesidad de combustibles y, en consecuencia, una probable disminución de las importaciones. En la medida que el eje pase más por el Central que por la Secretaría de Hacienda y que las presiones inflacionarias se mantengan, los constructores del relato kirchnerista tendrán que optar entre un intento de retorno al crecimiento con una disparada en la cotización del dólar o una recesión con estabilidad cambiaria. Un resignado tránsito del “vamos por todo” al “no hay mal que por bien no venga” en torno de la tabla del ocho.